8 estrategias para ayudar a tu niño pequeño (y a ti mismo) a superar una rabieta

Todos sabemos que las niñas y niños pequeños son emocionales; es un hecho universalmente reconocido. Sin embargo, el volumen y la intensidad de sus emociones pueden tomar a cualquiera por sorpresa.
Tu hijo de dos años no puede confiar en la experiencia como lo hacen los adultos; está aprendiendo sobre la marcha. Digamos que le das a tu hijo dos trozos de galleta rota y se deshace en lágrimas. Tú sabes que una galleta rota tiene el mismo sabor que una entera, pero no es así.
La mayoría de las veces, la causa de una rabieta es que tu hija o hijo quiere ser independiente, pero no está preparado para ello. El constante tira y afloja entre querer hacer las cosas por sí mismo y no tener las herramientas para ello (combinado con un cerebro que aún se está desarrollando) puede causar grandes emociones, cambios de humor imprevisibles y una gran frustración.
Aquí te explicamos cómo ayudar a un niño pequeño a empezar a gestionar y comprender sus emociones:
No intentes solucionarlas ni convencerles de que no lo hagan
Una de las razones por las que los niños pequeños empiezan a tener rabietas es porque su voz está desarrollándose. En los momentos de gran emoción, cuando intentan utilizar esa voz para expresar lo que quieren y sienten, sus limitaciones lingüísticas pueden resultarles extremadamente frustrantes.
Las rabietas no se pueden “arreglar” en el momento, pero a medida que tu hijo va superando sus emociones, puedes ayudarle dándole el lenguaje para sus sentimientos. Describe lo que ves, empatiza y permanece siempre presente: “Parece que estás muy enfadado por eso. Entiendo por qué estás enfadado y estoy aquí si necesitas un abrazo”. Justo en ese momento puede parecer que no hace mucho, pero les hace saber que les escuchas y que entiendes cómo se sienten.
Mantente presente y regula la calma
Tu hijo de dos años, en medio de una rabieta, puede ponerse nervioso hasta el punto de olvidar lo que quiere o por qué está enfadado. Es posible que no quiera escuchar mucho de lo que le dices, por lo que lo mejor son las frases claras y sencillas. Las palabras de más se desperdician en el momento en el que tu hijo no es capaz de ser racional. Lo más útil que puedes hacer es regular cómo se ve y suena la calma, lo que sirve como una invitación para que los niños pequeños alcancen pronto un estado más tranquilo.
Puedes estar presente poniendo una mano en su hombro, ofreciéndole un abrazo y recordándole (en términos sencillos) que entiendes que está enfadado. Cuando puedas, intenta ponerte a su altura o incluso sentarte a su lado en el piso. Esto demuestra que crees que vale la pena escucharle y que te esfuerzas por ver las cosas desde su punto de vista. Es un pequeño acto de respeto que puede ser una bendición en un momento emocional.
Ignora el comportamiento, no al niño
“Ignorar el comportamiento” es un consejo común para gestionar las rabietas, pero es importante distinguir entre los comportamientos y el niño que los muestra. Ignorar el comportamiento significa seguir estando presente física y emocionalmente sin prestar atención a los lloriqueos, resoplidos o cualquier otra cosa que haga tu hijo.
Dicho esto, si el comportamiento se vuelve arriesgado y no puede ignorarse, puedes probar una estrategia llamada “conexión, luego corrección”. Esto significa que, antes de corregir su comportamiento, proporciona a tu hijo un breve momento de conexión, que puede consistir en poner una mano sobre la suya y decir: “Veo que estás enfadado y pegar no está bien”.
Las rabietas en casa son una cosa; las públicas son más complicadas. En primer lugar, pueden ser realmente embarazosas. Aunque sepas (con suerte) que las rabietas no reflejan tu forma de educar a tu niño, es difícil no sentirse juzgado, sobre todo si tienes que abandonar un carrito de la compra a medio llenar o salir corriendo de una excursión al parque. Si tu hijo empieza a pegarte o a hacerte daño (o a otra persona), es posible que tengas que apartarlo para que el resto de gente no tengan que sufrir esa actitud. Avisa rápidamente a tu hijo: “Ahora voy a llevarte de vuelta al coche”, y luego levántalo con cuidado.
Anticípate a los detonantes y traza un plan

A veces, las rabietas pueden evitarse (o al menos mitigarse) hablando de las cosas con antelación. Si vas al supermercado, por ejemplo, y sabes que algo allí va a desencadenar grandes emociones (el pasillo de las golosinas, su caja de galletas favorita, etc.), háblale por el camino: “Cuando nos dispongamos a pagar en la caja, ¿recuerdas lo difícil que es pasar por delante de todos esos dulces? Hagamos un plan sobre cómo gestionarlo”.
El plan debe ser sencillo y directo, y a menudo funciona mejor si implica ofrecer a tu hijo una tarea: “Cuando nos dispongamos a pagar, puedes sacar la tarjeta de mi cartera”. Esto no solo distrae a tu hijo frente a un desencadenante emocional, sino que también aprovecha algo que le encanta hacer: Ser de ayuda. Ofrecer a tu hijo pequeñas tareas le transmite una sensación de independencia y puede quitarle parte del estrés de pasar por algo que anteriormente le ha provocado grandes emociones.
Responder, no reaccionar
Incluso los niños muy pequeños aprenden rápidamente a provocar una reacción en sus padres. No es un acto intencionado, pero una reacción desmedida por tu parte (por muy comprensible que sea) a veces puede aumentar las emociones que tu hijo experimenta. En cambio, intenta responder en lugar de reaccionar. Un ejemplo de respuesta sencilla durante una rabieta puede ser no decir nada y respirar profundamente y de manera visible, para luego esperar.
Esto puede calmarte y, lo que es igual de importante, ralentizar la interacción con tu hijo. Respirar profundamente puede ayudar a que ambos os separéis de los patrones típicos de las rabietas, como la racionalización del problema y las conversaciones exageradas, que suelen prolongar la rabieta en lugar de ponerle fin.
Distraer o redirigir
La distracción, cuando se hace bien, puede ayudar a aliviar una situación difícil. Si tu hijo se está viniendo arriba, sin que se vea el final, prueba a utilizar un juguete o uno de sus juegos preferidos que tenga cerca, siéntate con él y empezar a jugar. Si lo haces con entusiasmo (ignorando por completo el comportamiento de tu hijo), existen bastantes posibilidades de que quiera unirse a ti. Recuerda: El objetivo último de superar una rabieta es que termine, no es impartir lecciones de vida ni prevenir futuras rabietas. Si tu hijo se olvida de lo que estaba gritando y se une a ti en un juego, eso es una victoria. 😉
Si detectas una rabieta a tiempo y eres capaz de llamar su atención, también puedes ofrecerle la posibilidad de elegir entre dos actividades: “¿Quieres leer un libro conmigo o merendar?”. Esto no siempre funcionará, pero merece la pena intentarlo, sobre todo si has detectado las señales de una rabieta antes de que tu hijo haya perdido la capacidad de escucharte.
Las consecuencias: Seguir adelante como si no hubiera pasado nada

Los adultos tendemos a aferrarnos a las cosas durante más tiempo que nuestros hijos. No todas las rabietas son un momento de enseñanza; a veces lo mejor que podemos hacer es dejar que la rabieta ocurra y luego seguir adelante como si nunca hubiera pasado. De esta manera, mostramos a nuestros hijos que, a veces, todos perdemos la calma, que se nos permite hacerlo y que no tenemos que sentir vergüenza por mostrar nuestras emociones.
Una vez que tu hijo se haya calmado y empiece a progresar, avanza con él. Vuelve a conectar cogiéndole de la mano, cantando una canción o simplemente compartiendo un gran abrazo. Contarles lo que ha sucedido pasado el momento es beneficioso, siempre y cuando hayas dejado pasar el tiempo y no cedas al impulso de aleccionarles sobre su comportamiento 🙃.
Comprende lo que está pasando y empatiza con tu niño pequeño
Existen muchas razones por las que los niños pequeños tienen rabietas. La mayoría de las veces, solo intentan encontrar su voz y entender su lugar en la familia y en el mundo. Normalmente, una rabieta se reduce a una batalla entre lo que tu hijo quiere que ocurra y lo que tú quieres que pase. Puedes aliviar esa tensión tomándote el tiempo necesario para saber por qué está enfadado y empatizando con él. Una rabieta suele significar “quiero que se escuche mi voz, pero no encuentro las palabras adecuadas y quiero controlar algo”.
Por supuesto, a veces las razones son puramente biológicas, ya que tu hijo puede estar cansado, hambriento, enfermo o fuera de su rutina habitual. Mientras experimentas este momento difícil, intenta hacer una lista mental de las causas; incluso si no ayuda de inmediato, puede que tengas algo que les ayude a sentirse mejor cuando la rabieta haya pasado ❤️.
Posted in: 31 - 33 meses, Función ejecutiva, Resistencia, Social emocional, Desarrollo del bebé
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